Hugo Durney: La oportunidad de E-volucionar hacia un sistema integrado, colaborativo e interdisciplinario de redes académicas

Autor: Christian Luco|
El Director de Investigación y Desarrollo Académico de la UTEM, escribe sobre la importancia del trabajo en red para la editorial de la revista Red en Acción N°39.


¿Habrá algo más ancestral y natural en la historia del ser humano que el mecanismo de intercambio de recursos y conocimiento como forma sistemáticamente comprobada de supervivencia y desarrollo colectivo y connatural a la formación de clanes, etnias, naciones, grupos o sociedades en general? Sin ir (o en realidad yendo) más lejos, recuerdo un interesante término que surgió en medio de una discusión respecto del origen japonés del concepto de mejora continua «Kaizen», y que decía relación con nuestro pueblo originario Mapuche, quienes desde tiempos inreferibles ya tenían una idea desarrollada de la importancia y conveniencia natural de establecer y cultivar relaciones de cooperación local y con otros pueblos y colectivos que cohabitaban esta enorme región austral (entiéndase lo que hoy llamamos Chile y Argentina).

Para ellos, esta idea de que la mejora, el aprendizaje y la evolución continua, además de ser necesaria, solamente se podía lograr a través de la colaboración e intercambio con otros se expresaba en el concepto del «Trafkintu» (pido desde ya disculpas si no lo expreso correctamente) que refiere un evento de extraordinario significado y valor de intercambio de recursos y conocimientos que implicaba la reunión de familias y organizaciones provenientes de ambos lados de la cordillera, bajo la certeza de que dicho intercambio indudablemente beneficiaría a todos los individuos y colectivos sin excepción y sin distinción del «volumen de inversión» o aporte que cada uno era capaz de llevar al evento.

Hoy, nosotros como parte de instituciones cuya esencia es la generación, cultivo y transmisión de conocimiento nuevo y ancestral, ante la responsabilidad de hacer del conocimiento y patrimonio científico, tecnológico y artístico un valor central del devenir de nuestras sociedades, debemos resignificar y potenciar la naturaleza colaborativa de esta actividad humana a través de las herramientas que la misma ciencia y la tecnología nos han permitido generar. Hoy las Universidades, centros e institutos de I+D+i de Chile estamos frente a un desafío de complejización que no es más que nuestra cuota natural que es parte de un desafío de complejización que implica a toda nuestra sociedad, incluso más allá de nuestras fronteras.

Chile, como pocas veces, en la historia global, está hoy llamado a demostrar consciencia de contexto frente a sus propias oportunidades. No solamente somos, como ya se ha dicho, un hermoso laboratorio natural, sino que del mismo modo, menos indulgente, podemos hoy demostrar que ese paradigma romántico de «fin del mundo» ya no tiene sentido en la era digital, en esa sociedad del conocimiento, que nos desafía a la posibilidad cierta de ser el centro del mundo en algún momento, porque el centro del mundo simplemente está allí donde las redes verifican más búsquedas o visitas, y para eso la conectividad es determinante.

En este sentido, Chile está haciendo apuestas relevantes como el proyecto que busca dotar de fibra óptica a toda la región austral y patagónica, con lo cual, ese «laboratorio natural» del que tanto nos enorgullecemos cobrará real existencia para el mundo a través de nuevos espacios (nada de virtuales) que permitirán que científicos y personas en general puedan ver, sentir y vivir lugares ignotos desde cualquier rincón del mundo.

Hoy podemos ver cómo, en general, el mundo está avanzando hacia la integración e interoperabilidad de tecnologías, plataformas e infraestructura de comunicaciones y procesamiento de información, básicamente como una respuesta a la necesidad de fortalecer y crear capacidades para la operación de redes y servicios digitales, que permitan ampliar el monitoreo y control inteligente de miles (y en el futuro quizás miles de millones) de elementos, variables, máquinas, dispositivos, objetos domésticos, industriales, etc. para el desarrollo de lo que se ha denominado «Internet de las Cosas» (IoT).

Chile, como pocas veces, en la historia global, está hoy llamado a demostrar consciencia de contexto frente a sus propias oportunidades.

Hugo Durney Wassaf, Director de Investigación y Desarrollo Académico UTEM

Ello, si bien entusiasma conceptualmente, supone la subsecuente generación de una enorme demanda de tráfico y eventual almacenamiento de datos («big data»), donde lo fundamental será desarrollar capacidades para administrar inteligentemente este gran volumen de datos, agregarle valor para convertirlo en verdadera información (conocimiento) y transferirlo a través de distintas redes, a distinta escala y en distintos formatos, para su acceso (ojalá universal) y aplicación final en beneficio del desarrollo.

Esto ya es cada vez una realidad más palpable y está dando origen a los más diversos proyectos (y en algunos casos sueños legítimamente probables) de «smartificación» a todo nivel, donde las universidades, empresas, centros de I+D+i y organismos públicos y otros, están llamados a generar y fortalecer redes de I+D+i, para abordar grandes oportunidades para proponer soluciones de base tecnológico-humana a problemas sensibles y transversales de orden local, regional y, por qué no, global.

La idea de avanzar hacia un nuevo Sistema Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación, basado en la cooperación, complementariedad y suma de capacidades de individuos y grupos organizados de individuos, provenientes de todos los puntos de nuestra privilegiada geografía, depende no sólo del acuerdo y voluntad de cooperar en estas materias, sino que también de la disposición y accesibilidad de tecnologías e infraestructuras habilitantes (como sin duda es el caso de REUNA) que permitan concretar acciones tanto convencionales como innovadoras de I+D+i entre quienes compartimos la convicción esencial y, también la responsabilidad, de hacer de las tecnologías una extensión sorprendente y sustentable de la inteligencia natural de la cual la ciencia y a tecnología han aprendido y se han nutrido desde siempre.

Hoy quizás podríamos inspirarnos en lo que nuestra misma tecnología nos demuestra respecto al valor de la colaboración y el trabajo en red. Es el caso de las antenas de ALMA (cuyos datos sabemos llegan a todo el mundo gracias a REUNA), donde existe una especie de cerebro coordinador, o si se quiere un supercomputador, conocido como «El Gran Correlador», que es el encargado de concentrar e integrar la información recogida independientemente por cada antena en las alturas de Chaknantor, y que logra, aplicando reglas de procesamiento de datos (inspiradas por supuesto en lógicas de inteligencia natural) que todo el conjunto opere como un impresionante ojo ante el cosmos, con una precisión y alcance insospechadamente superior que aquel que se lograría hipotéticamente intentando construir un único y absurdo radiotelescopio gigante (titánico en el pleno sentido del término), que solamente habría logrado percibir la punta de un iceberg cósmico antes de chocar contra sus propias debilidades y hundirse.

Quizás los investigadores, los académicos, los estudiantes, y todos quienes estamos hoy intentando hacer ciencia y tecnología debamos, por una parte, tomar nota de que estamos ante una oportunidad única al disponer de tecnologías e infraestructura a través de las redes académicas avanzadas, y quizás, por otra parte, estemos aun necesitando generar, al menos en Chile, ese gran correlador que nos ayude y permita sumar nuestras capacidades para lograr un propósito mayor, que no está siquiera destinado a individuos, instituciones o naciones excepcionales, sino que está allí, esperando que seamos capaces de demostrar que podemos y queremos atravesar nuestras propias fronteras para revivir la esencia ancestral de nuestra capacidad para ver más allá, es decir, ver y vernos en red.

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