Lorena González Otárola, encargada Unidad de Mejoramiento Docente UTEM: «Una educación de calidad debe otorgar oportunidades a todas y a todos»
Autor: Claudio Pereda|
La valoración de la diversidad como un elemento favorecedor para el aprendizaje y el desarrollo del pensamiento complejo constituye -en sí misma- una muy buena explicación en torno al por qué se requiere el desarrollo de dinámicas inclusivas en el ámbito educativo.
Un papel protagonista en esas tareas la tienen, por cierto, profesoras y profesores. Y en la UTEM, la Unidad de Mejoramiento Docente lleva adelante un rol importante en la temática.
Lorena González Otárola, es la encargada del área (a cargo de la vicerrectoría Académica) y es quien nos ofrece una introducción a la compleja ecuación docencia-inclusión-diversidad.
Dice que se requiere, casi imperiosamente, dejar atrás «los diseños pedagógicos canónicos y cambiar la narrativa del proceso educativo, la mirada que se tiene de la tarea de enseñar».
¿Qué se entiende en la actualidad por perspectiva inclusiva en el fortalecimiento de competencias docentes?
– Lo cierto es que la idea de la educación inclusiva ha tomado gran realce y se ha posicionado en las agendas mundiales en materia de educación. Lo anterior supone transitar desde la idea cristalizadora de la educación “especial” hacia una mirada integradora de la educación en que el otorgamiento de la igualdad de oportunidades para todo el estudiantado deje de ser una promesa y se conforme como un imperativo ético que movilice los procesos pedagógicos. Lo anterior no supone uniformidad, sino -muy por el contrario- se basa en la valoración de la diversidad como un elemento favorecedor para el aprendizaje y el desarrollo del pensamiento complejo.
Desde este gran desafío, el fortalecimiento de las competencias pedagógicas desde una perspectiva inclusiva ya no refiere al conocimiento de ciertas técnicas auxiliares, tips o pequeñas estrategias para el apoyo de estudiantes que divergen de ciertos cánones o, bien, que se encuentran en situación de discapacidad, sino que se debe concebir que la enseñanza, en todos sus contextos, debe considerar la diversidad existente en el aprendizaje. Y eso requiere intervenir los diseños pedagógicos canónicos y cambiar la narrativa del proceso educativo, la mirada que se tiene de la tarea de enseñar, y , desde ahí, enriquecer las competencias docentes desde la didáctica y la evaluación, entendiendo esto no como un conocimiento pedagógico más, sino que como la base de cada acto de enseñanza.
Lo anterior claramente, supone un desafío para las instituciones, ya que dicha tarea no se resuelve solamente con la voluntad docente, sino que requiere que se desplieguen distintas acciones que propicien una verdadera educación inclusiva.
¿A su juicio, y a base de la experiencia en la UMD, el concepto de inclusión en el ámbito educativo debe ser considerado permanentemente en la docencia hoy? ¿Implica eso que el mundo académico debe desarrollar un proceso de up-date sobre este punto?
– Sumado a lo dicho anteriormente, creo que resulta imperioso que las comunidades educativas releven el concepto de inclusión ya no desde la idea del mero acceso o ejercicios compensatorios, sino que se entienda que todos los procesos educativos deben ser inclusivos, ya que es a través de la valoración de la diversidad que podremos, por un lado, cumplir realmente con el mandato de la educación como un derecho y, por otro lado, desarrollar el pensamiento complejo, las habilidades y desempeños que se requieren en nuestro estudiantado.
En este sentido, desde la educación superior, este cambio de mirada, requiere necesariamente procesos transformacionales que reconozcan las desigualdades de base existentes en el estudiantado, así como también las diversidades en tanto procesamientos cognitivos para el diseño de políticas que impulsen una docencia que, desde su diseño, reconozca la diversidad como la condición base y la responsabilidad ética de otorgar igualdad de oportunidades de aprendizaje como la ruta a seguir para lograr una educación de calidad para todas y todos.
Esto, evidentemente, implica un cambio de perspectiva del mundo académico y docente, pero que se debe construir desde un trabajo profesional inter y transdisciplinario, a partir del cual se puedan poner en común distintas ideas que surjan el debate académico y político, la experimentación y la investigación sobre saberes y prácticas de la educación inclusiva y -desde ahí- diseñar, planificar e implementar colectivamente espacios y propuestas pedagógicas desde un enfoque inclusivo y de derecho.
¿De qué manera ustedes en la UMD y en la vicerrectoría Académica están enfrentando este desafío?
– Desde la VRAC y, específicamente, desde la labor que le compete a la UMD, en tanto fortalecimiento de la calidad del proceso formativo a través del desarrollo de competencias pedagógicas y la implementación del modelo educativo en el aula, hemos trabajado fuertemente en , primer lugar, poner en el diálogo de lo educativo la inclusión como un elemento central, diseñando nuestro plan desde la concepción y convicción de que la educación de calidad debe otorgar oportunidades de aprendizaje a todo el estudiantado.
Así, se han desarrollado distintas instancias formativas que otorgan herramientas pedagógicas para el diseño de experiencias de aprendizaje inclusivas, se han potenciado proyectos de innovación e investigación formativa que analicen críticamente los desafíos para la educación inclusiva y que proponen, desde el mismo cuerpo docente, posibles caminos para enfrentar dichos desafíos.
En segundo lugar, hemos trabajado cooperativamente con distintas unidades que tributan directamente a enfrentar dichos desafíos, como lo son el PACE, el PAE, el CEA, el programa de Género que apoyan continuamente al estudiantado. Puesto que, entendemos que este desafío involucra a toda la comunidad universitaria y que, si bien, la formación docente y sus prácticas para la enseñanza son fundamentales, el lograr un proceso formativo realmente inclusivo requiere poner en marcha distintos dispositivos institucionales.
Si bien, se está trabajando en lo anteriormente expuesta, sin duda queda un largo camino por recorrer que va a requerir el compromiso de todos los actores de la comunidad universitaria.
En ese sentido, ¿cuáles son las principales prácticas o dinámicas que están llevando a cabo para potenciar una docencia inclusiva?
– Algunas acciones específicas que se han realizado son las siguientes:
Se generó un trabajo colectivo entre UMD, CEDESOC y La Dirección de Desarrollo Estratégico durante el año 2021 y 2022 que buscó visibilizar la neurodivergencia como una forma válida de procesamiento cognitivo, a través de un diagnóstico y una campaña informativa.
Desde el año 2022, nuestra universidad es socia fundadora del Grupo de Investigación Latinoamericano en Educación Inclusiva (GILEI) que a través de UMD, hemos desarrollo Seminarios internacionales respecto de las temáticas vinculadas con inclusión y Neurodiversidad y aprendizaje.
Se rediseñó el Diploma en Estrategias para la Docencia Universitaria, trabajando, de manera transversal la inclusión educativa y motivando la discusión crítica en torno a ella.
Se han desarrollado cursos y workshops que abordan la temática y entregan orientaciones para el diseño de experiencias de aprendizaje inclusivas.
Se han realizado asesorías a equipos docentes, se han llevado a cabo proyectos de investigación e innovación que relevan la temática.
Para este año, estamos preparando un curso en DUA que estará abierto a toda la comunidad docente y será liderado por una experta nacional en la temática.
También se ha enfatizado profundamente en la implementación de metodologías activas y en la diversificación de las estrategias evaluativas con el fin de potenciar y valorar la diversidad en el aula.
El desafío docente en este tema, entonces, implica sí o sí ampliar la mirada…
– En este sentido, desde la educación superior, el crear culturas inclusivas, requiere necesariamente reformar la universidad de acuerdo con nuevos cánones, en el que se reconozcan las desigualdades de base que tributan los estudiantes.
Significa, por tanto, repensar el sistema educativo comenzando por el acceso y permanencia de los estudiantes a la Educación universitaria. Además, la construcción de políticas inclusivas emplaza a las instituciones a generar dispositivos y mecanismos que respondan contextualmente a las necesidades del entorno sociocultural de los estudiantes y el reconocimiento de las diversidades culturales.
La educación tiene el imperativo ético de asegurar la igualdad, sin que esto signifique uniformidad.